viernes, 26 de agosto de 2011

Parte de mí

Suelo lamerme las heridas como los perros. Me paso la lengua húmeda sobre la lesión sangrante y siento un alivio inmediato. La sangre se mezcla con las saliva y luego se resbala por la garganta. Es un hábito que me persigue desde mi niñez. También suelo bailar cuando estoy nerviosa. Es un movimiento inmediato, casi imperceptible a la vista del otro y que se activa como un interruptor sensible a la luz. Mi cuerpo se contonea, mientras los incisivos muerden el filo delgado de mis uñas y un mohín se cuela por la comisura de mis labios. Miro a los lados cuando estoy insegura, y me llevo ambos mechones del cabello, que me corren por la cara, hacia la parte de atrás de las orejas. Siempre miro a los ojos, incluso cuando mis labios están aferrados a una mentira. Y sostengo mi verdad hasta la última consecuencia. Rezo siempre cuando estoy en problemas y pienso en mi papá todas las noches antes de acostarme. Lo recuerdo con devoción, mientras lloro por su partida. Y mientras me duermo, practico el mismo proceso de lamerme las heridas como los perros.