miércoles, 29 de abril de 2009

Me da una brutita, por favor. (Parte 1)

Estaban sentados allí, parloteando como buenos amigos y viendo a cuanta mujer pasaba frente a ellos. El primero, Antonio, era flaco y petiso, su cabello al vuelo era sinónimo de que por allí no pasaba un peine desde hace tiempo. El otro, Javier, era muy similar a su amigo en complexión, pero tenía unos anteojos que le daban un aire a cantante de rock de los años 60.
Conversaban de todo, pero el tema central de su parrafada tenía cuerpo de guitarra y cabello alisado.

--Está demasiado buena-- dijo Antonio, mientras los ojos le bailaban al son de un par de redondeces que entraban en el vagón

-- Si guevón, riquiquito-- respondió Javier acomodándose en su asiento y ajustándose los lentes.

Adentro, en el vagón, todo era un infierno. La falla del aire acondicionado acaloraba los cuerpos y empañaba los vidrios, dando chance a que unos niños hicieran figuritas con el vapor concentrado en los ventanales.

Ellos parecían inmutados, no sudaban, no se esparcían aire en la cara con los libros que llevaban en las manos. Parecían estar en otro mundo, en otra realidad mucho más placentera.

El vagón volvió a detenerse y unas cuantas personas se desplazaron bruscamente por el largo pasillo, patinando estrepitosos. Las puertas se abrieron y la oleada de gente inundó el poco espacio que aún quedaba solitario. Y ellos, los amigos, ni pendiente.

De repente, Javier alzó la cara que tenía, desde un buen rato, fijada en el borde sucio de sus uñas, y su mirada se ancló en el rostro de una pasajera.

--Mira esa vaina-- dijo en susurro Javier
-- ¿Qué?-- preguntó Antonio mientras sobaba el brazo pellizcado.
-- Esa caraja, que bella es-- musitó efusivo el flaco Antonio

Ella era hermosa, llevaba el cabello suelto a lo Janis Joplin y permanecía asida a las barras metálicas que atravesaban el interior del vagón. En el otro brazo sujetaba 3 libros. En uno de ellos, se podía divisar un título que, por demás, hizo que Javier enarcara la ceja derecha y su cara se arrugara hasta conformar un mohín.

Algo parecía haber cambiado la atracción de los chicos por aquella mujer. Algo había convertido su impactante belleza en la más monstruosa estampa, en algo que no merecía la pena. Antonio masculló una pregunta a su amigo y el otro le respondió con acritud, arrugando la cara y negando con la cabeza.

El tren se detuvo de nuevo y sus puertas volvieron a distanciarse. El influjo midió sus fuerzas y la gente se apiñaba para formar un muro de contención. El otro lote salió y la chica hermosa se fue con él.
Otra vez comenzaron los pellizcos y las miradas cómplices de los chicos pero, esta vez, la culpable era menos bella y su cabello estaba delicadamente recogido con una pinza rosada. Iba maquillada, como si fuese a una fiesta en la quinta la Esmeralda, ataviada con una pashmina rosada que le cubría los hombros bronceados. Su cuerpo estaba esculpido, bien formado y entrenado, con sus nalgas paraditas envueltas en jeans.

-- No valeeee, chamoooo, esto es demasiado—dijo embobado Antonio, mientras Javier asentía con la cabeza, ajustando de nuevo, los anteojos a su huesuda cara.

Esta vez nada les molestó, todo estaba perfecto. Era bella y no tenía ese terrible defecto que tanto les irritó de la chica anterior. Antonio apuntó con su dedo índice, trazando una dirección que Javier siguió con total sumisión. Ella no tenía libros y su cara denotaba que, quizás, no había leído uno en años. La chica seguía allí, parada y con los brazos abrazando un cúmulo de revistas de farándula española, mientras miraba fijamente a los dos chicos. El tren se detuvo y los tres bajaron juntos.

miércoles, 15 de abril de 2009

¿Oda a la gordura?

(Yo no quiero parecerme a un plato de espaguetis. Aunque, confieso, la analogía de Federico Vegas no está tan lejos de la realidad. Y tu ¿Eres lasaña, espaguetis o arroz con mango?

"Creo que las mujeres somos como un plato de espaguetis. Todo en nosotras está revuelto, anudado, invadido por una misma salsa: el amor, el trabajo, la casa, la familia; cada región de nuestra alma participa y se enreda con todas nuestras otras decisiones y pasiones. Los hombres se parecen más a una lasaña. Sus pasiones están separadas por capas: en una está el trabajo, en otra el amor, en otra el placer. ¿Te imaginas lo que es hacer un solo plato con esas dos pastas?"








Vegas, Federico (2008): La carpa y otros cuentos. Editorial Meilvin. Caracas,Venezuela.

martes, 14 de abril de 2009

¿Y ahora tengo que defenderlo a él también?

Y yo me pregunto: ¿Por qué me obligan a tomar posición frente a este tema, ahora cuando menos quiero verme tragada por una bestia de tres cabezas llamada política? Me gusta mantener en el medio, en el mero centro, porque me permite criticar todo y a todos los que me dan motivo para hacerlo. Pero, me obligan, me arrojan deliberadamente a una esquina, me amarran el cuello con la soga de la parcialidad y me sacan de mi eje neutral. Lo lamento, pero todo esto es culpa suya Presi. Yo me he ganado las criticas constante de mi madre- quien asegura que soy chavista- y unas cuantas peleas sarcásticas con mi novio (creo que el también está de acuerdo con mi mamá) cuando el paroxismo invade la percepción y te deja imposibilitado para tener un planteamiento coherente. Me ufano con orgullo al decir: “Soy periodista, no política”, y bajo estos preceptos trato de llevar las riendas de mis opiniones. Pero, insisto, ante esta decisión arbitraria pierdo los estribos y marco una postura firme.

Primero, tengo que mencionar este punto clave para mi argumentación: con una tesis de grado dispuesta en mi biblioteca, enfocada en el sistema automatizado de votación y que, sobre todo, exhortaba a los perdedores a reconocer su derrota, no puedo menos que criticar esta designación a dedo de una figura situada por encima de un mandatario legalmente constituido. Recuerdo de mi tesis, que una de las principales responsables en la estigmatización de las máquinas Smarmatic era el desconocimiento del perdedor frente a su derrota y el posterior grito de fraude que se expandía como una pandemia sobre el país. Con esto de la mano, no puedo simplemente hacerme la vista gorda y no reprochar una medida meramente política orquestada desde las faldas del perdedor. Y es perdedor, porque aquel domingo 23, hubo tanto vencedores como perdedores, y así se debe aceptar. Las cosas por su nombre amigo: ¿Acaso si el vencedor hubiese sido el portador de la chaqueta roja, estarían aplicando tan expeditamente esta Ley de distrito capital, tal y como lo están haciendo en este momento? Pues, quitándonos las caretas, creo que no.

Segundo, esa ley tiene 8 años de morosidad, 8 años archivadas en los armatostes de la Asamblea Nacional, pues no era considerada imperantes para su discusión y posterior aplicación. 8 años en los que a nadie le importó como sería la distribución de los recursos entre los distintos municipios y parroquias que forman la región capital; o si era necesaria otra figura que tutelara los entes de la administración descentralizada del Distrito Federal. No era de importancia pública, pues. Pero, una vez que la presidenta del CNE emitiera el primer boletín y diera como vencedor al calvito de la camisa auriblanca, el fulano armatoste comenzó a agitarse dramáticamente, y las manos ágiles de los diputados la desempolvaron para darle un halo indemne y de necesaria aplicación. ¿Una casualidad? ¿Ahora si es imperante? Honestamente, no creo.

Tercero, los diputados han esgrimido por años el slogan: “Ahora el pueblo si manda”, es decir, que el pueblo tiene la potestad de escoger a los representantes gubernamentales encargados de darle respuestas a sus principales problemas; tienen la potestad de sacar, a través del voto, a quienes no se desempeñen correctamente en sus cargos; y tienen el poder de constituir consejos comunales capaces de responder a las exigencias de su propia comunidad. Bajo esta premisa, con la cual estoy de acuerdo absolutamente, planteo otra pregunta: ¿El pueblo ya no escogió a sus mandatarios regionales el 23N? ¿Ya el pueblo no le dio el respectivo castigo, a través del voto por supuesto, a los que no supieron hacerlo bien? ¿No se trata de esto la consigna presidencial que nos han machacado durante 10 años? Entonces. ¿Por qué no se respeta la decisión soberana de quienes ese domingo 23 salieron a expresar su voluntad frente a la maquina de votación? ¿Acaso esas setecientas veintidós mil ochocientas veintidós (722.822)* personas que votaron por A.L no merecen llamarse pueblo y ser respetados por aquellos que colindan con las ideas revolucionarios? ¿Sólo es pueblo aquel que vota por Chávez? Es decir, ¿Qué si yo en algún momento voté en contra del presidente, o en contra de quienes lo acompañan, ya no soy ni venezolana ni izquierdista ni bolivariana ni pueblo? De nuevo, no estoy de acuerdo. Simplemente no se puede usar al pueblo a la conveniencia del momento y del discurso político. Pueblo somos todos y eso debe respetarse.
Reconozco que tengo posturas bastantes radicales, algunas hasta me han colocado del lado izquierdo del camino, y eso hasta cierto punto me ha gustado, pero ante la injusticia siempre me he mostrado tajante, y esta vez tengo que defenderlo aunque el personaje en cuestión no sea de mi agrado.

lunes, 6 de abril de 2009

Cuando la soberbia aniquila la razón


Desde este lado de la acera las verdades parecen absolutas, y mi visión del mundo resulta más compleja porque yo logró ver más allá de lo que tú puedes divisar desde esa pequeña bola de cristal en el que estás sumergido. Por ende, mi punto de vista reviste mayor importancia y lo que tú opines no puede ser más que la imagen microscópica que se asoma desde el lente de binóculo. Lamentablemente, no eres nadie. Si me preguntas el por qué de mis argumento, mascullo con adulancia un “por que me da la gana”. Si, me da la gana y no tengo que explicarte porque tu insignificante pensamiento no se equipara con la grandilocuencia de mis planteamientos filosóficos y políticos erigidos bajo un arsenal de libros que devoro con divina pasión. Me argumentas que has leído mucho igual que yo, pero dudo significativamente que logres profundizar y reflexionar tanto como lo he hecho yo bajo mis noches de desvelos revolucionarios. Nunca, créeme, lograrás llegar a nivel sublime de entendimiento y podrás sentir en las venas el fulgor vibrante que se experimenta cuando ves la pobreza tan de cerca. Si, es verdad, no vivo en una casa humilde y jamás he visto un poso séptico al lado de una cama donde duerme un niño de tres años, mientras su madre le prepara un tetero con agua de espaguetis; pero si he visto, cuando me asomo por la ventana de mi casa, un armatoste rojo suspendido sobre el valle capitalino que atraviesa el lado marginal de esta ciudad. Este, una iniciativa más revolucionaria que el ejército rojo de Mao Tse Tung, es mucho más que la pobreza que, con tanta saña, pretendes abultar tras la firme intención de opacar la inmensa luz que rodea el proceso. Vil piltrafa, con tus brazos cruzados me demuestras la poca fuerza que posees para debatir conmigo y, a pesar de mis gritos descontrolados-que podrían mal interpretarse como desesperación-, tus razonamientos pierden valor y yo, obviamente, gano a cancha abierta.