viernes, 8 de mayo de 2009

La niña mala

No me pasó lo mismo con un libro que leí, de su autoría, hace una par de años. Aquel libro no era malo, por Dios, imposible que un libro de Mario Vargas Llosa pueda ser insuficiente o dejara aristas imperdonables, pero Conversación en la Catedral no me dejó ese dulce sabor que me mantiene en duermevela durante la noche. Desde esa experiencia, nada grata, había decidido no leer más nada que tuviese el sello Llosa, emulando a muchos conocidos que han desistido de Saramago por su libro "Ensayo sobre la ceguera"(uno de mis libros favoritos) por considerarla excesivamente pesada.

Si iba a la librería, me escabullía como una niña jugando a las escondidas, mientras la “Fiesta de Chivo” se pavoneaba por lo celebérrimo que era. Yo, sin embargo, le sacaba la lengua y le recordaba, cual loca, lo mal que me había dejado su autor en el libro anterior. Pero, como todas esas cosas maravillosas que te pone la vida en el camino y con una bofetada te saca de la estupidez, en una feria del libro decidí no poner más resistencia y aceptarlo de nuevo en mi biblioteca.

Estaba allí, escondido entre una pila de libros de Crepúsculo, y la gente lo bamboleaba de un lado a otro, como si fuese invisible. La imagen en la portada no era nada alentadora, pues solo mostraba una mano escribiendo algo (ilegible, por supuesto) en una hoja blanca. Se veía un brazo, que a todas señas pertenecía a un hombre, y esperaba en uno de esos snack-bar que abundan en Francia. Nada que llamara notablemente la atención. Pero, el título si me decía algo: Travesuras de la niña mala. ¿Será que me sentí identificada con el título? De niña fui muy tremenda y pensé que los tiros del libro iban por ahí. Craso error, porque la niña mala resultó siendo una perra desgraciada que, hoy por hoy, se ha ganado mi odio más visceral.

De verdad, Llosa se redimió. Lo perdono, porque este libro me dejo atrapada con la triste historia de Ricardo Somocurcio y la chilenita (zorra esa) que lo dejó plantado todas las veces que quiso.
Pocas veces yo me entrego, de esta forma risible, a una historia. No me pasó ni con Marimar ni con la serie de Maria’s que hizo Thalia, pero Travesuras de la niña mala me ha dejado la boca abierta, sin palabras o, más bien, con muchas palabras, porque me provoca gritarle a la CHILENITA, GUERRILLERA, AMANTE DE FUKUDA lo miserable que fue con el pichiruchi de Ricardo y todas las huachaferias que él le decía.

La historia, para que entiendan, va más o menos así:
Comienza en el populoso barrio de Miraflores de la comunidad limeña, Perú, cuando Ricardo, Ricardito, conoce a una chilenita muy hermosa. Desde que la vio enmudeció y eso marcó su vida para siempre (frase de Delia Fiallo). El hecho es que la tal chilenita no era tal, sólo era una peruana muy pobre que sentía pena de su procedencia y había decidido hacerse de ese país austral.

Ella, después de un hecho vergonzoso, producto del descubrimiento de su falsa nacionalidad, decidió alejarse del barrio y Ricardito no volvió a verla.
Pasado los años el vuelve a encontrarla, pero el contexto había cambiado, ya no estaban en un barrio suramericano y las torres Eiffel decoraban cada escena. Ella ya no era chilenita, ahora era peruana pero militante en un grupo guerrillero que respaldaba la acción de Fidel Castro frente al cuartel Moncada.

Por obra y gracia del destino, la chilena guerrillera se encuentra con Ricardo quién, además, estaba viviendo en Paris y trabajaba como traductor. Es esta coincidencia, que se repite con mucha frecuencia en el libro, lo que me hizo ruido, pues ambos se encuentran en los sitios más recónditos y gracias a personajes de lo más insólitos. Bueno, eso es lo único que me debe Vargas Llosa ahora.

En fin, la historia se mantiene invariable: ella sigue de zorra embaucando al pobre niño bueno y se convierten en amantes hasta que ella parte a Cuba y se casa con un francés. El pobre imbécil de Ricardo sigue enamorado de ella hasta los huesos y decide esperarla aun sabiendo que ella se ha ido con otro hombre por puro interés económico.

Transcurren los años y la vida de él no experimenta un cambio significativo; sigue trabajando de traductor, alternándolo con clases de ruso. La casualidad vuelve a mover los hilos y, de nuevo, se encuentran en Paris. La besa, la ama, le dice cursilerías que a ella le causan risa y, como para variar, lo vuelve a dejar por otro hombre, abandonando a su esposo y robándole hasta el último centavo. Zorra hasta la médula.
10 años después, o un poco más, ella regresa siendo esposa de un empresario del mundo equino. De nuevo, los besos, los cachos al nuevo esposo y Ricardo enamorado de ella.
Para redondear la historia- porque esta escena de encuentro y desencuentros se repiten durante 40 años- Ricardo se casa con la chilena, luego de haberle pagado una cirugía vaginal (saquen la cuenta, la usó hasta la saciedad) producto de un romance con un mafioso japonés que la sometió a todos los vejámenes posibles (ojo, con el beneplácito de ella que lo permitió feliz a cambio de una vida pudiente).
El hecho es que Ricardo- el hombre más bueno y estúpido de la historia- le reconstruye la flor deshojada; le da amor y cuidados y ella- ataca otra vez la piraña- lo deja por un anciano acaudalado.

Cornudo por naturaleza y amante, in saecula saeculorum, la espera hasta el final, literalmente, porque la mujer regresa con él enferma de cáncer en la vagina y apunto de que se la llevaran los demonios. Era el final que yo esperaba, sin duda, porque sólo una enfermedad como esa podría saciar mi odio hacia ella, hacia Otilia. Obviamente, ella muere y el se queda sólo como un perro enfermo.
Lo cierto de toda esta parrafada es que el libro es excelente, lleno de historia y de puro amor y se ha ganado mi venia, hacia Llosa, por siempre. Ya no más escabullidas insidiosas en las librerías, lo juro.
Gracias, niño malo, por esta travesura.

1 comentario:

Unknown dijo...

Las Travesuras de la Niña Mala es uno de los mejores libros de Vargas Llosa, sin lugar a dudas y, al igual que tú me metí tanto en el libro que cada vez que ella hacía una de las suyas, lo cerraba y decía "Esa chavista de Mierda!" Jaja.