María Victoria jamás pensó que ese día sería su final. Realmente, conocía poco de la vida y sobre la concepción de la muerte, pero igual, esa mañana todo había acabado. Aunque se desconozca los poderes inconmensurables de la muerte, ella siempre sabe como hacer su entrada triunfal.
El sol pegaba de frente, y sus ojos se achicaban tratando de adaptarse a la luz refulgente. El calor emanaba de todas partes, de la arena, de la brisa, del propio mar.
Caminaba con cautela, tratando de no tropezarse con un piedra y evitar caer de bruces contra el suelo caliente.
Caminaba con cautela, tratando de no tropezarse con un piedra y evitar caer de bruces contra el suelo caliente.
Su madre, Carlota, leía placida sobre una tumbona, tapando su cara con una revista de modas.
María Victoria trataba de llamar su atención, hacía ruidos extraños como intentando imitar una hiena. El sonido era agudo, molesto, pero su madre parecía estar absorta en un tema más trascendental: lo último de la moda en París.
La niña, sin embargo, no podía divisar bien a su madre, y prefería pensar que ésta le prestaba la mayor de las atenciones.
Ella, desde la orilla, jugaba con la arena, haciendo pequeños castillos derrumbados por la fuerza de las olas.
María Victoria trataba de llamar su atención, hacía ruidos extraños como intentando imitar una hiena. El sonido era agudo, molesto, pero su madre parecía estar absorta en un tema más trascendental: lo último de la moda en París.
La niña, sin embargo, no podía divisar bien a su madre, y prefería pensar que ésta le prestaba la mayor de las atenciones.
Ella, desde la orilla, jugaba con la arena, haciendo pequeños castillos derrumbados por la fuerza de las olas.
Llevaba un sombrero enorme, mucho más grande que su cabeza, y sobre su cara, unos lentes redondos como balones ridiculizaban sus facciones infantiles. Si, ciertamente, era extraña, más de lo que a ella, su madre, le hubiese gustado.
De lejos, María Victoria parecía una señora enana que, por cosas del desarrollo, no había podido estirar sus músculos de la manera correcta, dejando partes más largas que otras. Amorfas, asimétricas. Las gafas, a pesar de ser enormes y con aumento, no le permitían distinguir las cosas en su justa dimensión, lo que para ella era una gran ventaja, pues le permitía darle el color y la forma que más le apetecía.
Una hormiga, para ella, no era sólo un insecto himenóptero, era más un hombre en miniatura que llevaba a cuentas un morral cargado de ilusiones y que debía bagar por el mundo para conseguir un mendrugo de pan.
Una piedra, por muy insignificante y sin forma que fuese, para ella era una parte del mundo que
Una piedra, por muy insignificante y sin forma que fuese, para ella era una parte del mundo que
se había caído al vacío y, de tanto rodar, había limado sus partes hasta convertirse en eso…en piedra.
Mientras María Victoria saludaba a su madre y ésta la miraba de soslayo, el agua acariciaba sus pies, y las gotas salpicaban su gracioso rostro de cómics hecha por principiantes.
De repente, sintió algo debajo de sus pies, algo que le hacía cosquillas con sus puntas. Era una estrella de mar, de un color naranja intenso, de cuerpo aplanado y con cinco largos brazos.
De repente, sintió algo debajo de sus pies, algo que le hacía cosquillas con sus puntas. Era una estrella de mar, de un color naranja intenso, de cuerpo aplanado y con cinco largos brazos.
María Victoria estaba feliz, el mar le había regalado una estrella caída del mismísimo cielo. Era un regalo celestial, un pago merecido de Dios por lo injusto que había sido con ella.
La tomó entre sus manos, pero la aspereza de la estrella chocó con su piel y la forma irregular de sus dedos la obligó a dejarla caer. “No, no te voy a dejar ir-se repitió con ira, mientras corría tras la escurridiza estrella de mar. “Eres mía, yo te encontré y no es justo que te pierda a ti también- decía llorosa adentrándose en el mar.
La tomó entre sus manos, pero la aspereza de la estrella chocó con su piel y la forma irregular de sus dedos la obligó a dejarla caer. “No, no te voy a dejar ir-se repitió con ira, mientras corría tras la escurridiza estrella de mar. “Eres mía, yo te encontré y no es justo que te pierda a ti también- decía llorosa adentrándose en el mar.
La estrella se hundía, se revolcaba y flotaba, dejándose ver entre los pliegues de las olas. María Victoria corría, caía estrepitosa, revolcada por el mar, alargando sus dedos y rozándolos con las puntas de la estrella.
Al fin, cuado hubo agarrado la estrella, una ola, mucho más fuerte, la atajó violentamente y su cara, más graciosa que nunca y esbozando una sonrisa, se perdía en la bruma del mar.
Una ola había volado su sombrero y los anteojos, partidos en dos, estaban clavados en la arena.
Al fin, cuado hubo agarrado la estrella, una ola, mucho más fuerte, la atajó violentamente y su cara, más graciosa que nunca y esbozando una sonrisa, se perdía en la bruma del mar.
Una ola había volado su sombrero y los anteojos, partidos en dos, estaban clavados en la arena.
2 comentarios:
Hola...
lindo blog
andaremos por acá seguido!
un saludo grande
su.
Gracias... También seguiré el rastro del tuyo!!!
Saludos.
Publicar un comentario