Si un extranjero pasaba por ahí, como parte del recorrido obligado de cualquier turista, fácilmente podía aludir lo que veía a un refugio para los heridos que dejan los conflictos bélicos. Muy probablemente, echaría un vistazo y confirmaría su hipótesis al ver a un grupo de personas apiñadas en camas y colchonetas, refugiados bajo una cubierta de tela que los protegía del sol.
Posiblemente, el extranjero trataría de acercarse más, a fin de poder describir lo que realmente pasaba. También es seguro que al ver los médicos y enfermeras midiendo la tensión de los caídos, tendría una buena historia que contar a sus coterráneos cuando llegase a su país.
--Guauu, en Venezuela vi un refugio de guerra en plena avenida, frente a tiendas de ropa-- diría el pobre ingenuo, quizás en papiamento.
Lamentablemente, la situación era tan extraña y agobiante que nadie se atrevería a sacar del error al visitante. "Afortunadamente" para los residentes este país, Venezuela, aquellas personas acostadas en la calle, no eran heridos de reyerta alguna, ni tampoco refugiados de un desastre natural: Eran estudiantes que, silenciosamente y bajo una huelga de hambre, buscaban un objetivo.
Comenzaron desde el Oriente del país, específicamente en Anzoátegui, y al primer día de comenzada, se dieron cuenta que no estaban dentro de la agenda de los medios, es decir, las cámaras no hicieron cobertura del ayuno. Sólo fue el reportero del Sol de Maturín, pero ¡Bah, quién lee la prensa!
De allí, lo sesudos abogados Tamara Sujú, Alfredo Romero y Gonzalo Himiob decidieron apoyarla la moción y trasladarla a Caracas, pues desde la OEA y en cama, sería más fácil que los medios de comunicación- nacional e internacional- le dieran la verdadera importancia.
En menos de un día ya estaban apostados (acostados) dando declaraciones, y para el segundo aquello tenía otro color; el perímetro estaba cercado con cintas amarillas, los policías de de Baruta trancaron la calle Orinoco de las Mercedes, y los periodistas hacían gala de su mejores dotes, saltaban bardas, evadían las prohibiciones y preguntaban hasta recibir lo que necesitaban.
Tenían todo un aparataje técnico: cornetas amplificadas, un televisor para entretener a los chicos, recipiente para recaudar las donaciones, un stand para dar información acerca de los insumos que necesitaban los manifestantes y un equipo médico dispuesto las 24 horas del día para monitorear, cada 15 minutos, la salud de cada estudiante.
Pero, detrás de eso, había algo más. Había una propuesta, una buena idea, la chispa de originalidad que muchos estaban pidiendo, una actividad distinta a la maltrecha Mega marcha.
Esa, la escondida y la olvidada, es la que pretendo contar en este portal.
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