En 1998* los partidos políticos entraron en coma. El discurso renovado de Chávez, más el desgaste político que venían experimentando, prendieron el bombillo rojo en la sala de cuidados intensivos. Nada podía salvarlos. Como un adicto que se niega a aceptar su enfermedad, los partidos tradicionales no reconocieron su delicado estado de salud. Decidieron emprender una lucha con sello de derrota y se fueron convirtiendo en el enfermo que nadie quiere: llenos de escaras y renuentes a que le echasen un baño refrescante.
Desde esa fecha, los avances han sido pocos. El enfermo se niega a mejorar.
En ese devenir, los partidos políticos se han desgastado en la mente y en las aspiraciones de muchos venezolanos. Y en ese mismo desgaste, se ha tergiversado la importancia que implica para las democracias contar con partidos sólidos, organizados y eficaces.
De 10 personas que responden la encuesta sobre sus inclinaciones políticas, la mitad no simpatiza con ningún partido. Probablemente, más de la mitad no creen en ningún dirigente político.
Lamentablemente, el ser humano tiende a creer que el momento que se está viviendo es el más importante, acontecido, difícil y trágico. Tienden a pensar que los partidos que tienen son los peores de la historia, y la situación política actual es la más apremiante, sin recordar que antes de su nacimiento pasaron varios siglos y varios hechos, posiblemente más trascendentales y terribles.
En ese devenir, los partidos políticos se han desgastado en la mente y en las aspiraciones de muchos venezolanos. Y en ese mismo desgaste, se ha tergiversado la importancia que implica para las democracias contar con partidos sólidos, organizados y eficaces.
De 10 personas que responden la encuesta sobre sus inclinaciones políticas, la mitad no simpatiza con ningún partido. Probablemente, más de la mitad no creen en ningún dirigente político.
Lamentablemente, el ser humano tiende a creer que el momento que se está viviendo es el más importante, acontecido, difícil y trágico. Tienden a pensar que los partidos que tienen son los peores de la historia, y la situación política actual es la más apremiante, sin recordar que antes de su nacimiento pasaron varios siglos y varios hechos, posiblemente más trascendentales y terribles.
Los partidos políticos llevan años forjando su derrota, desde el mismo momento que se convirtieron en reptiles ambiciosos capaces de devorar a quien obstaculice su camino. A lo mejor siempre fueron así y lo que realmente sucedió es que nos dimos cuenta tiempo después. Prefiero pensar que la politiquería se los tragó, y esos espíritus nobles yacen en la barriga del dragón y luchando por salir.
Los dirigentes se hicieron de la brújula de Jack Sparrow, y andan perdidos en alta mar buscando el codiciado tesoro.
“En Venezuela está ocurriendo algo de eso, los partidos lucen agotados en lo ideológico y políticamente se hallan reducidos a simples maquinarias electorales” (Lombardi, 1984).
25 años después, y la versión sigue entonando la misma estrofa. Nada cambia, todo sigue estático y el pueblo esperando un superman que los rescate. Muchas de las cosas que nos agobian actualmente, están estrechamente ligadas a las actuaciones incorrectas por parte de los sesudos políticos de este país.
Como ya he escuchado varias veces, “Cada país tiene el Gobierno que merece, y Venezuela tiene la oposición que se merece, lamentablemente”.
Mirando un poco más allá del desprecio bien ganado que algunos sentimos hacia los partidos, ¿estamos realmente claros los venezolanos del verdadero valor que encierra la existencia y permanencia de un partido, independientemente de su inclinación o filosofía?
Los partidos cumplen la función de representar una corriente política determinada, organizar a las comunidades hacia la toma de decisiones en pro de sus necesidades y las del colectivo. Los partidos despiertan al pueblo de su abulia, para que salgan a reclamar lo que por derecho les corresponde. Los partidos facilitan la concreción de ópticas contrarias para que trabajen unidos por un mismo fin. Para irnos a lo meramente capitalista, los partidos financian las movilizaciones políticas para que su campo de acción se extienda y los resultados sean de mayor impacto.
Ese es el deber ser, lo teórico, que siempre luce bonito cuando la caligrafía Palmer lo desarrolla en un papel. Que en Venezuela no se den palmariamente estos aspectos, no quiere decir que los partidos (como esencia) no funcionen.
Revisemos la historia reciente, cuando el presidente de Brasil, Lula da Silva, logró cambios notables a través de su partido político PT – que comenzó como un movimiento sindical obrero y luego se transformó en un asunto político. Veamos, también, el lado antagónico como Cuba, en donde la carencia de partidos políticos ha sedimentado los 40 años de una férrea dictadura, eufemísticamente denominada Socialista.
El compromiso está en el aire, ululando. La democracia subsiste y se aferra a cualquier expresión de libertad y ejercicio ciudadano. El pueblo debe activarse, levantarse. El momento nos reclama, a todos, no unos y otros, a todos, desde sus trincheras, desde sus pequeños espacios de lucha, desde sus creencias políticos, pero luchando con críticas, con ideas; desde el Twitter, desde tu blog.
Tenemos chance, la política puede redimensionarse hacia objetivos comunes, sólo es necesario el compromiso y las ganas de hacerlos.
Por mi parte, seguiré siendo el ojo acusador, quisquilloso y despiadado, porque ese fue el espacio que me tocó (o escogí, da igual). Seguiré anotando lo que hacen mal, y festejando con modestia sus logros. Seguiré usando mi dedo índice para expresarme frente a la máquina de votación. Seguiré llamando a la participación, y espantando los fantasmas de fraude y trampa electrónica. Seguiré desde este lado de la acera.
Los dirigentes se hicieron de la brújula de Jack Sparrow, y andan perdidos en alta mar buscando el codiciado tesoro.
“En Venezuela está ocurriendo algo de eso, los partidos lucen agotados en lo ideológico y políticamente se hallan reducidos a simples maquinarias electorales” (Lombardi, 1984).
25 años después, y la versión sigue entonando la misma estrofa. Nada cambia, todo sigue estático y el pueblo esperando un superman que los rescate. Muchas de las cosas que nos agobian actualmente, están estrechamente ligadas a las actuaciones incorrectas por parte de los sesudos políticos de este país.
Como ya he escuchado varias veces, “Cada país tiene el Gobierno que merece, y Venezuela tiene la oposición que se merece, lamentablemente”.
Mirando un poco más allá del desprecio bien ganado que algunos sentimos hacia los partidos, ¿estamos realmente claros los venezolanos del verdadero valor que encierra la existencia y permanencia de un partido, independientemente de su inclinación o filosofía?
Los partidos cumplen la función de representar una corriente política determinada, organizar a las comunidades hacia la toma de decisiones en pro de sus necesidades y las del colectivo. Los partidos despiertan al pueblo de su abulia, para que salgan a reclamar lo que por derecho les corresponde. Los partidos facilitan la concreción de ópticas contrarias para que trabajen unidos por un mismo fin. Para irnos a lo meramente capitalista, los partidos financian las movilizaciones políticas para que su campo de acción se extienda y los resultados sean de mayor impacto.
Ese es el deber ser, lo teórico, que siempre luce bonito cuando la caligrafía Palmer lo desarrolla en un papel. Que en Venezuela no se den palmariamente estos aspectos, no quiere decir que los partidos (como esencia) no funcionen.
Revisemos la historia reciente, cuando el presidente de Brasil, Lula da Silva, logró cambios notables a través de su partido político PT – que comenzó como un movimiento sindical obrero y luego se transformó en un asunto político. Veamos, también, el lado antagónico como Cuba, en donde la carencia de partidos políticos ha sedimentado los 40 años de una férrea dictadura, eufemísticamente denominada Socialista.
El compromiso está en el aire, ululando. La democracia subsiste y se aferra a cualquier expresión de libertad y ejercicio ciudadano. El pueblo debe activarse, levantarse. El momento nos reclama, a todos, no unos y otros, a todos, desde sus trincheras, desde sus pequeños espacios de lucha, desde sus creencias políticos, pero luchando con críticas, con ideas; desde el Twitter, desde tu blog.
Tenemos chance, la política puede redimensionarse hacia objetivos comunes, sólo es necesario el compromiso y las ganas de hacerlos.
Por mi parte, seguiré siendo el ojo acusador, quisquilloso y despiadado, porque ese fue el espacio que me tocó (o escogí, da igual). Seguiré anotando lo que hacen mal, y festejando con modestia sus logros. Seguiré usando mi dedo índice para expresarme frente a la máquina de votación. Seguiré llamando a la participación, y espantando los fantasmas de fraude y trampa electrónica. Seguiré desde este lado de la acera.
*Estaban en coma desde mucho antes, pero traté de ser optimista.