lunes, 21 de septiembre de 2009


Hoy es día de la paz, y más allá de las frases cursis y empalagosas que se estilan para estas fechas, prefiero mantener en mi mente lo ocurrido ayer en la tierra del guaguancó: Cuba.
Más explicaciones y comentarios de los que surgieron desde las redes sociales y medios de comunicación, lo que pueda decir aquí se pierda como una brizna de papel en el mar, pero sí me gustaría que el concierto de Paz sin frontera no quedara como sólo un espectáculo flanqueado por rumores y expectativas. Lo de ayer fue místico, épico, impensable y, aún así, fantástico: Lograr que miles y millones de personas limaran sus diferencias y paroxismos políticos, tan difíciles de derribar como las posturas religiosas.
Cientos de cuerpos expectantes, desde la famosa Plaza de la Revolución, con el sol tostándoles el rostro esperaban la presencia de artistas que jamás pensaron ver, lo que me dejó una frase celebérrima y que, aparentemente, ha perdido sentido: Jamás se debe dejar de soñar.
Muchas palabras pierden sentido de tanto usarlas, como un jabón pierde consistencia o como la memoria adquiere bemoles, pero el reto es ese, esforzarse por mantenerlas vivas y en forma; usarlas con conciencia y no por formar parte del esnobismo. Libertad es una de ellas. De tanto manosearla por unos y otros, y de tanto esgrimirla por fines varios (muchos de ellos inconexos con su significado) parece que se ha vuelto amorfa. No importaban el millón y tanto de personas bailando y cantando, lo que realmente valía, para muchos, era que algunos de los artistas dijeran la palabra Libertad, como si eso significara un punta pie en la moral de Fidel y sus seguidores.

Ayer, los frenéticos y maliciosos esperaban que resonara con fuerza la palabra libertad, incluso surgieron apuestas encontradas en torno a la posibilidad de que Juanes la pronunciara. Hubo más que esa palabra: hubo mensajes mucho más fuertes, más contundentes y sinceros, que juntos resumían la tan esperada palabra: “Por una sola familia Cubana”; “Cambiemos el odio por amor”, “La guerra es una mierda y el conflicto es una mierda”. ¿Realmente hacía falta la palabra Libertad? No lo creo.

Ayer reinó la paz y la libertad, y hasta el más escéptico y fanático no logró despagar sus ojos antes tamaña demostración de amor por un pueblo lacerado durante años. Porque es así, el amor no se demuestra repitiéndolo hasta el hartazgo, sino pasando por encima de los prejuicios y comentarios; arriesgando, por así describirlo, su estatus. La paz no se logra ubicándole un día en el año para celebrarlo y colocándolo en el almanaque, se logra llamando a los pueblos, a la gente; uniendo los intereses, los sueños, las alegrías y penas afines; hablando un mismo lenguaje y gozando sin remordimientos.

Ese pueblo gozó como quería, y si eso no es algo parecido a la libertad, entonces no sé qué es. Y con esto no pretendo esconder debajo de mi falda las profundas desigualdades y vicisitudes por las que han pasado los cubanos. No soy tan inocente e ingenua. Ya hoy, ese mismo pueblo volvió a sus carencias y necesidades, pero ayer se mutó, se transformó en prueba invaluable de esperanza, amor y paz. Prueba de que para cambiar al mundo lo que se necesita es ganas de hacerlo; cojones para lograrlo y oídos sordos ante los malos augurios.
Para mí, la paz va más allá del concepto que le otorga la Real Academia o lo que dicen los sesudos literatos y politólogos del mundo. Desde ayer, para mí la palabra paz se resume en una sola imagen: Una tarima repleta de voces distintas y rodeadas de miles de almas cumpliendo un sueño.

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