miércoles, 16 de julio de 2008

La historia cambia. Las costumbres fluctúan milimétricamente a la par del paso de los años. Nada permanece estático con el tiempo. Somos así, cambiantes, camaleónicos y únicos. De esa manera, también cambian las formas de ver la vida, de expresarse, de comunicarse, de acercarse a los otros. Buscamos, constantemente, maneras de definirnos a través del lenguaje, de identificarnos, y más, de diferenciarnos. Una palabra, nos ubica en un contexto como si fuese una carta de presentación cuyos datos se circunscriben a resaltar nuestra personalidad. Por ejemplo, un naguará, te sitúa muy cerca de Lara, aproximadamente en la ciudad de Barquisimeto y a 95 metros de Carora. Igual, decir un: “vergación” te cubre por completo de un tinte marabino indiscutible. Y así pasa en cada rincón del extenso territorio venezolano; una simple frase logra ubicarte, inequívocamente, en un lugar y momento determinado.
Este hecho peculiar, ha evolucionado con el tiempo y las palabras que, en otrora, identificaban algún aspecto personal, ahora pertenecen al historial lingüístico de los “abuelos”. Este punto también logra identificar características de las personas; el hablar con términos usados años atrás, te ubica perfectamente como alguien de avanzada edad. Decir: “¿Qué estás esperando, la Billo? Te contextualiza entre los 70 y 80 cuando la era de los Melódicos y la Billo’s Caracas Boys, estaban en su máxima expresión. Eran un boom, pues…
Así ha pasado con todo, las frases y palabras típicas de cada región o sector, logran ubicar, cual GPS, a que momento o lugar perteneces. Este hecho ha evolucionada con los años; las frases que utilizaban nuestros padres y que para la época causaban furor, hoy en día fueron intercambiadas por un “burda” o un “más fino”. Ahora somos un compendio de frases extrañas que combinan un spanglish venezolanizado.
Un “burda” (palabra cuyo significado real desconozco) dicho con “r” te pinta con pollina de medio lado y un mandibuleo en los labios que - cuando hablas - emite el mismo sonido de cuando tienes dormida la lengua con lidocaína. En cambio, un “bulda” dicho con “l” te para en la acera de enfrente y, como regla sin ecuanon, montado sobre una moto subiendo los estrechos cerros capitalinos.
Así éramos, así somos y así seremos per secula seculorum.

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