martes, 5 de agosto de 2008

Una buena grosería

En algunos momentos me gustaría ser diferente. Si, distinta de lo que soy. A veces, y es una costumbre que no me gustaría cambiar del todo, no suelo decir groserías, siempre me han parecido horribles, y más, si son dichas por una mujer. Pero hay momentos que una grosería bien dicha es insustituible. Por ejemplo, cuando en plena hora pico, cansada del trabajo, con enormes ganas de acostarte a dormir, empalmas con la autopista Francisco Fajardo, a la altura de Altamira, y te encuentras con las furibundas colas. En ese preciso momento, no cabe otra expresión que no sea un gran: “Coño e`su madre”. Es que no cabe decir: “Coye, que gran fastidio vale”, es ridículo desde todo punto de vista. Y suena más ridículo aún, si eso se lo digo a un motorizado que, con su paso despiadado, le arranca el retrovisor a mi carro: “Eres un tremendo idiota, gafo”. ¿Se imaginan la risa que le puede causar a ese zigzagueante conductor de dos ruedas, si mi cabeza sale por la ventanilla para vociferar tan estúpida frase? Pero, si en lugar de decirle semejante pavada, le suelto un : “Eres un rolitronquisimo de mama….”, seguro la cara sería otra; por lo menos pensaría que soy medio barriotera y tengo un bate dispuesto en el asiento de atrás con el firme propósito de volarle la cabeza a cualquiera. Eso cambiaría la historia. Lamentablemente, no puedo, no he podido y no podré, aunque en mis continuas visitas al psicólogo y al club de groseros contumaces anónimos de Venezuela, por lo menos he logrado escribirlas. Bueno, creo que me veré más ridícula aun, si en lugar de decirlas, le aviento un papel, con la grosería escrita, en la cara a dicho moto- taxista.

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