miércoles, 11 de junio de 2008


A veces te puedes sorprender de lo entupido que podemos llegar a ser los seres humanos sin darnos cuenta. Ayer experimenté una de las situaciones mas absurdas que se pueda alguna vez imaginar. La sala de conciertos de la Biblioteca Central; los cien años del nacimiento de Salvador Allende y toda la comitiva Chilena residenciada en Venezuela. Todo el protocolo normal que se establece en estos eventos diplomáticos entre países. El sentimiento pro allendista ocupaba las paredes elegantes de la sala. Entre estudiantes y académicos se daba inicio a una jornada que aspiraba conmemorar el nacimiento de este legendario personaje latinoamericano. Todo era propicio- y en medio de mi emoción y euforia característica- esperaba el introito de tan merecido reconocimiento. Pero, algo estaba mal, se sentía la tensión borboteando por entre los rincones; las ojeadas insidiosas de los asistentes hacia el lado derecho del recinto; la mirada perdida del rector París, mientras su cuerpo derretido ocupaba ampliamente su silla presidencial. De inmediato pensé que era normal ese clima álgido que-al parecer-solo yo sentía y que estaba haciendo estremecer mi cuerpo y mi mente. Traté de calmarme, aludiendo mi nerviosismo a la capacidad innata de elucubrar cualquier cosa en cuestiones de segundos. Ojala hubiese sido solo mi imaginación. Las voces estentóreas de los estudiantes comenzaron a pasar por encima de aquel elegante locutor que intentaba hacer las veces de Gilberto Correa. Los gritos de París- flamante rector del la UCV- retumbaban en los tímpanos de los asistentes que se negaban a dejar de abuchear y gritar: “Fuera la oligarquía de la Universidad”, mientras acompañaban la estrofa con: “Paris se quema, se quema parís”. Muté abruptamente: del miedo a la rabia, de la rabia a la pena, y de la pena a la abulia. Era un simple soliloquio. Todos gritaban, matando por segunda vez al hombre socialista de Valparaíso.

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