Con imagen apocalíptica, sacada de una película de Spielberg, se abre ante los ojos adustos de los caraqueños, una ciudad que parece haber sido devorada por el impío devenir de los carros: el tráfico. Nunca imaginamos, los inocentes ciudadanos, que esta ciudad llena de invaluables lugares que emulan los altos centros nocturnos internacionales, llegaría a convertirse en una famélica devastadora de nuestra salud mental. Es evidente que Caracas ha colapsado. Colapsada desde todos sus intersticios y sin la más vaga posibilidad de encontrar alguna solución. Cada esquina, cada calle, las autopistas, espacios peatonales, están ocupados haciendo las veces de estacionamiento. Los ojos refulgentes de los vehículos se mantienen zigzagueantes debatiéndose entre las estrechas avenidas que entretejen el valle capitalino. En busca de algo de paz, la única vía posible para los pobres capitalino es una destrucción masiva – puede ser por medio de una bomba o un meteorito- de por lo menos la mitad de esas mofetas que han invadido los concesionarios de todo el país. Empero, aunque mi petición goza de un verdadero sentido solidario, espero firmemente que la mirada compasiva de Dios permita que el mecanismo destructor no caiga cerca de mi hermoso carro. Amen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario