La primera impresión que tuve cuando llegué a la isla de Margarita fue el enorme desconocimiento que yo misma tenía sobre la región. Desde mi pequeño mundo, que se extiende desde la punta de mi nariz hasta la redondez de mi ombligo, tenía la desacertada idea que Margarita era sólo playa, playa y más playa. Por mi mente pasó la idea de que la vida se me iba en ir a Parguito todos los fines de semana a tostar mi piel de forma irresponsable, para luego lucir mi espectacular bronceado a mis amigas de Caracas.
Al principio fue así. No lograba ubicar algo más que la arena y el mar. Luego de un extenso ejercicio de observación logré ver más allá de mi entrecejo: en Laisla hay mucho que conocer y hacer.
Empecé por cosas sencillas, que estaban a mi alcance y que no ameritaban grandes esfuerzos. Un sábado decidí recorrer los Castillos que bordean el estado y que figuran como el acervo histórico más importante para los lugareños. Visité el San Carlos de Borromeo, ubicado en Pampatar, y luego me pasé hasta el Castillo de Santa Rosa, un fuerte ubicado en la Asunción y que resume, entre uno de los tantos cuentos que lo caracterizan, haber sido el calabozo de la heroína Luisa Cáceres de Arismendi, durante casi tres meses.
Aunque están bastante descuidados, y muchas de los artículos antiguos se encuentran en “acceso restringido por restauración”, me sorprendió el orgullo con el que Juan, trabajador de Corpotur y guía del recorrido por el Castillo de Santa Rosa, te echa el cuento sobre la “Batalla de MataSiete. Apenas si se le entiende, pues habla rapidito y sin pausas, pero la pasión de su historia le brota por la mirada, te la inyecta en las venas y, prácticamente, te recrea la lucha que cientos de margariteños libraron dentro de ese enorme cerro.
“Allí, en aquella montaña que se ve allá, mire, allá (y extiende su dedo para orientarme frente a tanto verde y tan azul) se libró la batalla de Matasiete, cuando 300 patriotas lograron derrocar a 3 mil hombres del ejército español (…) se llama mata siete porque nuestros hombres, a través de un piedra que arrojaron, lograron a matar a 7 españoles”.
Esta historia, según me dijo, la ha contado miles de veces y, sin embargo, no puede dejar de reírse cuando dice: “Se llama Matasiete porque con una piedra mataron a siete, jijiji”.
Aun me falta recorrer el famoso Fortín de la Galera, fuerte que se construyó para proteger el puerto de JuanGiego y, según afirman, es uno de los lugares más hermosos de la Isla. Allí me pienso sentar a conversar con los niñitos hermosos que echan el cuento como si estuvieran rezando el Padre Nuestro en la misa dominical. Trataré de entenderlos y de brindarles unas empanadas. Espero encontrarme a Vladimir, sí, el niño que sale en la cuña de Digitel.
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Mis otras paradas: La Casa de la Cultura Ramón Vásquez Brito y el Centro de Arte Omar Carreño. Ambos son espacio donde la cultura es tan real como la hermosura de las obras hechas por el maestro Ramón Vásquez. Están rodeadas, en su mayoría, por trabajos artísticos hechos con manos margariteñas. Son grandes complejos que resumen lo mejor del talento que reside en la Isla. Leer en ambos sitios es celestial. También se pueden ver obras de teatro, galerías, conciertos, exposiciones y todo cuento a cultura se refiere. La gran mayoría de las actividades son gratuitas, lo que favorece enormemente que la gente se sume masivamente.
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Aun sigo viendo mi ombligo, pero ahora, eventualmente, extiendo mi mirada hacia otros destinos. Me falta mucho, lo sé, pero al menos tengo la intención de conocer y aprender más allá de lo que enseñan los guías turísticos. Me esfuerzo por conocer sitios nuevos y, aunque a menudo me encuentro con los mismos lugares comunes, me sorprende la variedad de espacios que se están desarrollando en la región. Vamos, no se compara con la variedad de Caracas, pero quizás, dentro de algunos años, la Isla pueda ser reconocida como un lugar que tiene algo más que playas y caña a precio de puerto libre.
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