Estaban sentados allí, en el desván propiedad de los personajes más góticos de la cultura norteamericana: Marilyn Manson. El lugar era la réplica exacta de los que la gente espera encontrar en la casa del cantante rock (cuyo nombre hace honor al fundador y líder de "La Familia", grupo que perpetró varios asesinatos), un esqueleto con el cráneo remplazado por el de un carnero, un mazo de cartas del tarot con imágenes de locos decapitados; las paredes rojas y, según especifica el autor, el cuerpo de un niño chino de 7 años envuelto en una bolsa plástica. Pero, apartando los estereotipos y los juicios de valores, Brian Hugh Warner ataviado de pantalones de cuero negro y el cabello hasta la espalda, sin maquillaje, podría ser uno de los personajes más fascinantes de la cultura anglosajona.
“Las amenazas de muerte hacen que la vida valga la pena, hacen que todo sea excitante. Son el alivio supremo contra el aburrimiento (…) Se que para transmitir lo que quiero transmitir voy a tener que llevar las cosas hasta un extremo tal que me situaré en lo más bajo y me convertiré en la persona más despreciada del mundo. Voy a representar todo eso a lo que os oponéis y vosotros no podréis decir nada para hacerme daño ni para hacer sentirme peor (…) Soy lo peor que puede haber, así que nadie puede decir que yo haya hecho nada que me ha hecho quedar mal, porque yo digo de entrada que soy lo peor (…) Si no os gusta mi aspecto, si no os gusta lo que tengo que decir, todo eso es parte de lo que estoy buscando. M estáis dando justo lo que pido”.
¿Acaso no es lo más perfecto que unos labios pintados de negro y un cuerpo delgado y amorfo pudieron decir nunca jamás? Quise colocar el párrafo completo porque cambió mi concepción de este hombre en apariencia despreciable, pero cuyo pensamiento me dejó sin palabras.
Esta es una de las historias que compila Chuck Palahniuk en su libro Error Humano, que no es otra cosa que una serie de crónicas sobre la tan hablada locura americana.
Para más señas, este periodista norteamericano (también creador de la novela llevada al cine El club de la pelea) nos echa el cuento, desde su experiencia como loco y adicto a las pornos, de los pasatiempos más extraños y disociados que caracteriza a la cultura “gringa”, como el Festival del Testículo, donde hombres y mujeres exponen sus cuerpos desnudos alrededor de unas bolas y cuernos de toro. No hay premios, no hay justificación; sólo hay sexo en la calle, sexo en pareja, sexo en comuna…
Así comienza, para que se hagan una idea de lo que ocurre una vez al año a veinticinco kilómetros al sur de Missoula, Montana, por si quieren echarse una paseadita por allá: “Una atractiva rubia se echa el sombrero de cowboy hacia atrás sobre la cabeza. Es para poder meterse en la boca toda la polla de un cowboy sin clavarle en el vientre el ala del sombrero. Esto tiene luchar sobre la tarima de un bar abarrotado. Ambos están desnudos y embadurnados de pudín de chocolate y nata”.
Una vez que tragas fuerte, pues el texto es bastante descriptivo con respecto a las posiciones y actitudes eróticas de los presentes en el festival, Chuck cuenta lo daños terribles que pueden causar el hastío, el aburrimiento y la falta de problemas económicos que le dan algo de sentido a la vida (vaya un saludo a la madre de todos estos cabezas vacías). La crónica se refiere a los esfuerzos inusitados que hacen una serie de hombres por entrar al equipo olímpico americano de lucha y el empeño desmedido por destrozarse las orejas. Si, las orejas, pues para estos fortachones tener las orejas como carne molida es un emblema de honor, trabajo y esfuerzo.
“Para la mayoría de los luchadores, las orejas deformada son como tatuajes”, dice uno de los entrevistados de Palahniuk, luego de agregar que esta deformación es producto de tanto “manoseo”, golpes y traumatismo; la oreja se llena de sangre hasta vaciarse completamente. El resto de la crónica discurre entre anécdotas sangrientas de los luchadores y la poca (o nada) retribución económica que reciben los jugadores frente a una competición que amenaza con acabarse.
Hay en el libro otras historias relevantes, pero que realmente no me dejaron gran sorpresa, ha de ser que imaginaba a los norteamericanos más enfermos y desquiciados de lo que contaron aquí. Están los hacedores de castillos, por allí en Seattle o en el pueblo que llaman “obrero”, donde un grupo de familias compiten por construir los castillos más rimbombantes, con dragones incluidos. También está un cuento bastante peculiar sobre una reunión de escritores frente a productores Hollywoodenses, con cientos de guiones en las manos y, cuyos escribanos, sólo cuentan con siete minutos para vender su historia. No importa lo bueno que sea el guión o lo taquillera que podría llegar a ser, si no la expones en siete minutos exactos, uno de los productores te dice: “Lo siento, se han acabado sus sietes minutos”. Al cabo de ese tiempo, los sueños de ser famosos y convertirse en luminaria del cine, se quedan en las manos de algún productor, o terminaron en una carpeta, debajo del brazo, camino al fracaso.
El libro es excelente, la verdad, la narrativa de Palahniuk es impecable y presenta una forma de ver el comportamiento de un país que da mucho de que hablar, tanto por sus bondades (que sin duda las tiene) como por la barbarie y desenfreno que afloran con cada una de sus acciones. Ya sabía que Estados Unidos es más que hamburguesas, guerras, racismo, fraternidades y películas pornográficas, también cuenta con cantantes de Rock que prefirieren volverse una aberración humana para soportar las críticas de la gente y prolíficos escritores puesto a la orden de Hollywood. Son algo más que un error humano.
“Las amenazas de muerte hacen que la vida valga la pena, hacen que todo sea excitante. Son el alivio supremo contra el aburrimiento (…) Se que para transmitir lo que quiero transmitir voy a tener que llevar las cosas hasta un extremo tal que me situaré en lo más bajo y me convertiré en la persona más despreciada del mundo. Voy a representar todo eso a lo que os oponéis y vosotros no podréis decir nada para hacerme daño ni para hacer sentirme peor (…) Soy lo peor que puede haber, así que nadie puede decir que yo haya hecho nada que me ha hecho quedar mal, porque yo digo de entrada que soy lo peor (…) Si no os gusta mi aspecto, si no os gusta lo que tengo que decir, todo eso es parte de lo que estoy buscando. M estáis dando justo lo que pido”.
¿Acaso no es lo más perfecto que unos labios pintados de negro y un cuerpo delgado y amorfo pudieron decir nunca jamás? Quise colocar el párrafo completo porque cambió mi concepción de este hombre en apariencia despreciable, pero cuyo pensamiento me dejó sin palabras.
Esta es una de las historias que compila Chuck Palahniuk en su libro Error Humano, que no es otra cosa que una serie de crónicas sobre la tan hablada locura americana.
Para más señas, este periodista norteamericano (también creador de la novela llevada al cine El club de la pelea) nos echa el cuento, desde su experiencia como loco y adicto a las pornos, de los pasatiempos más extraños y disociados que caracteriza a la cultura “gringa”, como el Festival del Testículo, donde hombres y mujeres exponen sus cuerpos desnudos alrededor de unas bolas y cuernos de toro. No hay premios, no hay justificación; sólo hay sexo en la calle, sexo en pareja, sexo en comuna…
Así comienza, para que se hagan una idea de lo que ocurre una vez al año a veinticinco kilómetros al sur de Missoula, Montana, por si quieren echarse una paseadita por allá: “Una atractiva rubia se echa el sombrero de cowboy hacia atrás sobre la cabeza. Es para poder meterse en la boca toda la polla de un cowboy sin clavarle en el vientre el ala del sombrero. Esto tiene luchar sobre la tarima de un bar abarrotado. Ambos están desnudos y embadurnados de pudín de chocolate y nata”.
Una vez que tragas fuerte, pues el texto es bastante descriptivo con respecto a las posiciones y actitudes eróticas de los presentes en el festival, Chuck cuenta lo daños terribles que pueden causar el hastío, el aburrimiento y la falta de problemas económicos que le dan algo de sentido a la vida (vaya un saludo a la madre de todos estos cabezas vacías). La crónica se refiere a los esfuerzos inusitados que hacen una serie de hombres por entrar al equipo olímpico americano de lucha y el empeño desmedido por destrozarse las orejas. Si, las orejas, pues para estos fortachones tener las orejas como carne molida es un emblema de honor, trabajo y esfuerzo.
“Para la mayoría de los luchadores, las orejas deformada son como tatuajes”, dice uno de los entrevistados de Palahniuk, luego de agregar que esta deformación es producto de tanto “manoseo”, golpes y traumatismo; la oreja se llena de sangre hasta vaciarse completamente. El resto de la crónica discurre entre anécdotas sangrientas de los luchadores y la poca (o nada) retribución económica que reciben los jugadores frente a una competición que amenaza con acabarse.
Hay en el libro otras historias relevantes, pero que realmente no me dejaron gran sorpresa, ha de ser que imaginaba a los norteamericanos más enfermos y desquiciados de lo que contaron aquí. Están los hacedores de castillos, por allí en Seattle o en el pueblo que llaman “obrero”, donde un grupo de familias compiten por construir los castillos más rimbombantes, con dragones incluidos. También está un cuento bastante peculiar sobre una reunión de escritores frente a productores Hollywoodenses, con cientos de guiones en las manos y, cuyos escribanos, sólo cuentan con siete minutos para vender su historia. No importa lo bueno que sea el guión o lo taquillera que podría llegar a ser, si no la expones en siete minutos exactos, uno de los productores te dice: “Lo siento, se han acabado sus sietes minutos”. Al cabo de ese tiempo, los sueños de ser famosos y convertirse en luminaria del cine, se quedan en las manos de algún productor, o terminaron en una carpeta, debajo del brazo, camino al fracaso.
El libro es excelente, la verdad, la narrativa de Palahniuk es impecable y presenta una forma de ver el comportamiento de un país que da mucho de que hablar, tanto por sus bondades (que sin duda las tiene) como por la barbarie y desenfreno que afloran con cada una de sus acciones. Ya sabía que Estados Unidos es más que hamburguesas, guerras, racismo, fraternidades y películas pornográficas, también cuenta con cantantes de Rock que prefirieren volverse una aberración humana para soportar las críticas de la gente y prolíficos escritores puesto a la orden de Hollywood. Son algo más que un error humano.
3 comentarios:
Es un hecho: Me dejaste picado... creo que el día menos pensado me pongo este libro para quitarme la curiosidad de lo que dice... gracias por leerlo :)
Pablo, es súper interesante, porque muestra el lado más oscuro y loco de esa cultura alchicomentada. Como dice la Nina: el muestra todo lo que uno no ve cuando visita sus ciudades.
Un besito.
Un beso más grande para ti... Graciasotra vez :P
Publicar un comentario