He sido victima de las críticas durante todos estos meses que vengo trabajando. A la gente- sobretodo a mi madre y novio- le cuesta entender como es posible que teniendo carro yo prefiera trasladarme por la ciudad en lo que muchos llaman “El mierdero de Caracas”, o mejor conocido como “Metro de Caracas”.
Y de cierto modo comprendo su desconcierto, porque de pana, por más que duela admitirlo, el metro es una gráfica representativa de la jungla urbana, en donde se expone a flor de piel los comportamientos más salvajes, hostiles e inhumanos jamás pensados.
Y de cierto modo comprendo su desconcierto, porque de pana, por más que duela admitirlo, el metro es una gráfica representativa de la jungla urbana, en donde se expone a flor de piel los comportamientos más salvajes, hostiles e inhumanos jamás pensados.
Yo, tratando de hacer un ejercicio catártico y de respiración Zeng, explico que el sumergirme en las trepidantes vías subterráneas me conecta con mi ciudad, con mi gente, me abre la imaginación, me sorprende, me arrecha, me da ganas de matar a alguien, de suicidarme, gritar, berrear, empujar, patear..,todo junto, todos estos sentimientos mezclados, en tan sólo unos minutos que dura el viaje del Valle a Chacaito.
El metro me mantiene conectada como mi alrededor y, sobretodo, me evita pasar 4 horas de mi vida enquistada en una asiento, escuchando la misma música del iporr y calándome el ruido del retrovisor cada vez que un motorizado lo golpea con su codo.
No sólo eso, el subte bolivariano me pone en forma, gracias a que las escaleras, en su gran mayoría, están dañadas. Es, sin duda, un estuche de monerías. Pero, por sobre todas las cosas, el metro me divierte, me da material para escribir mis “huachaferias” sobre lo caricaturesca que puede resultar mi hermosa ciudad.
No sólo eso, el subte bolivariano me pone en forma, gracias a que las escaleras, en su gran mayoría, están dañadas. Es, sin duda, un estuche de monerías. Pero, por sobre todas las cosas, el metro me divierte, me da material para escribir mis “huachaferias” sobre lo caricaturesca que puede resultar mi hermosa ciudad.
Una mañana, de esas que vas tarde a tu trabajo y te antojas de ponerte unos tacones inmamables, estaba de muy mal humar, la verdad, el calor se había convertido en un dragón que insuflaba, en mi cara, intermitentes llamaradas de fuego y todavía estaba varada en la estación de Plaza Venezuela; esperando en la interminable cola escuché algo que me sacó de mi dislocado mundo:
-- ¿Supiste que el miércoles se lanzó un perro al metro? -- Susurró una chica que estaba justo delante de mí.
-- ¿Qué, hasta los perros se están suicidando en este país?— respondió otra muchacha con tono de burla.
-- Pues si, iba en el bolso de la dueña, y cuando vio que se aproximaba el vagón, puff, se lanzó…
Aquello me sacó de mi abulia mañanera: ¿Un perro que se suicida en el metro? ¿A quién se le ocurre meter un perro en el metro? Pobre perro, así lo tendría de loco su dueña, que prefirió que un tren lo volviera masa de pelo con sangre. ¿Será que mi perra siente, a ratos, ganas de matarse? ¿Será que deben crear una nueva carrera llamada “Psicología Animal, mención Perros? ¿Será que esto pasa en cualquier parte del mundo o sólo en Venezuela? Ya va, ¿Y yo no tenía que montarme en este vagón?
Lo cierto del cuento, aunque parezca sacado de la mente Matt Groening, es que el perro, por curiosidad, sacó la cabecita del bolso de la dueña y sin querer se arrojó a los rieles del tren. La dueña, por estar de inventora, le tocó regresar a su casa sin perro y con una multa por introducir un animal dentro de la estación, así como por generar retrasos innecesarios.
Ahora, ven por qué yo sigo empecinada en usar el metro.
Continuará…
-- ¿Supiste que el miércoles se lanzó un perro al metro? -- Susurró una chica que estaba justo delante de mí.
-- ¿Qué, hasta los perros se están suicidando en este país?— respondió otra muchacha con tono de burla.
-- Pues si, iba en el bolso de la dueña, y cuando vio que se aproximaba el vagón, puff, se lanzó…
Aquello me sacó de mi abulia mañanera: ¿Un perro que se suicida en el metro? ¿A quién se le ocurre meter un perro en el metro? Pobre perro, así lo tendría de loco su dueña, que prefirió que un tren lo volviera masa de pelo con sangre. ¿Será que mi perra siente, a ratos, ganas de matarse? ¿Será que deben crear una nueva carrera llamada “Psicología Animal, mención Perros? ¿Será que esto pasa en cualquier parte del mundo o sólo en Venezuela? Ya va, ¿Y yo no tenía que montarme en este vagón?
Lo cierto del cuento, aunque parezca sacado de la mente Matt Groening, es que el perro, por curiosidad, sacó la cabecita del bolso de la dueña y sin querer se arrojó a los rieles del tren. La dueña, por estar de inventora, le tocó regresar a su casa sin perro y con una multa por introducir un animal dentro de la estación, así como por generar retrasos innecesarios.
Ahora, ven por qué yo sigo empecinada en usar el metro.
Continuará…