lunes, 6 de abril de 2009

Cuando la soberbia aniquila la razón


Desde este lado de la acera las verdades parecen absolutas, y mi visión del mundo resulta más compleja porque yo logró ver más allá de lo que tú puedes divisar desde esa pequeña bola de cristal en el que estás sumergido. Por ende, mi punto de vista reviste mayor importancia y lo que tú opines no puede ser más que la imagen microscópica que se asoma desde el lente de binóculo. Lamentablemente, no eres nadie. Si me preguntas el por qué de mis argumento, mascullo con adulancia un “por que me da la gana”. Si, me da la gana y no tengo que explicarte porque tu insignificante pensamiento no se equipara con la grandilocuencia de mis planteamientos filosóficos y políticos erigidos bajo un arsenal de libros que devoro con divina pasión. Me argumentas que has leído mucho igual que yo, pero dudo significativamente que logres profundizar y reflexionar tanto como lo he hecho yo bajo mis noches de desvelos revolucionarios. Nunca, créeme, lograrás llegar a nivel sublime de entendimiento y podrás sentir en las venas el fulgor vibrante que se experimenta cuando ves la pobreza tan de cerca. Si, es verdad, no vivo en una casa humilde y jamás he visto un poso séptico al lado de una cama donde duerme un niño de tres años, mientras su madre le prepara un tetero con agua de espaguetis; pero si he visto, cuando me asomo por la ventana de mi casa, un armatoste rojo suspendido sobre el valle capitalino que atraviesa el lado marginal de esta ciudad. Este, una iniciativa más revolucionaria que el ejército rojo de Mao Tse Tung, es mucho más que la pobreza que, con tanta saña, pretendes abultar tras la firme intención de opacar la inmensa luz que rodea el proceso. Vil piltrafa, con tus brazos cruzados me demuestras la poca fuerza que posees para debatir conmigo y, a pesar de mis gritos descontrolados-que podrían mal interpretarse como desesperación-, tus razonamientos pierden valor y yo, obviamente, gano a cancha abierta.

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