Desde que supe que sería mamá decidí que daría pecho, no por cuestiones de moda (como suelen hacerse muchas cosas hoy en día) sino porque quería experimentar ese vínculo amoroso entre mis niños y yo.
Pasé 9 meses preparándome para lo que sería amamantar a dos, me mentalicé acerca de lo duro que podría tornarse todo pues no era un solo bebé. Mi mente estaba preparada para darle pecho a mis dos hijos. Lamentablemente en la vida, a veces, no es lo que uno quiere sino lo que toca.
...
Cuando nacieron los morochos apenas estaba entrando en la semana 36 y el varón venía bajo de peso y con complicaciones, pues no se estaba alimentando. El médico tomó la decisión: hay que interrumpir el embarazo.
El 7 de febrero al mediodía nacieron los bebes sanitos, pero bajos de peso y con problemas para respirar porque sus pulmones no estaban del todo desarrollados.
Los vi por segundos, antes de que fueran llevados a terapia intermedia, donde permanecieron 5 días en una incubadora. Fue hasta el cuarto día cuando me dieron a los niños para que los amamantara. Eran tan pequeños que mis pezones lucían gigantes frente a unas boquitas tan chiquitas, y eso les dificultaba mamar correctamente.
Puedo decir sin pena que ese día fue el mas duro y tortuoso de toda mi vida, ya que fui sometida a cualquier cantidad de métodos para que mis pechos produjeran la leche. Me estriparon y halaron los senos entre dos enfermeras, y luego pusieron a los dos bebés a chupar. Me torturaron tanto el pezón que el pobre estaba al rojo vivo, a punto de sangrar.
Recuerdo que la enfermera me dijo "tienes que producir leche porque sino la doctora no te dará a los bebés de alta".
Imaginen decirle eso a una mamá primeriza y desesperada por tener a sus hijos en brazos. Llegué a la casa como una loca y comencé a estimularme los pechos con desespero, sin compasión.
Después de tanto estropeo al fin salieron las anheladas gotas de leche. Saqué y saqué lo mas que pude, y al día siguiente lo llevé a la clínica. Me sentía feliz, con mucho dolor, pero feliz.
Una vez que me dieron a los bebés, empezó la triste historia de mi pechos secos. Por más que me pegaba a los niños, nunca salió la cantidad esperada como para alimentar a dos. Hice todo cuanto me dijeron para producir más leche: tomé agua de avena, papelón, miel y hasta fororo. Nada, seguían saliendo las mismas tristes onzas que no eran capaz de llenar a mis chiquitos.
Luego de tres meses de duros y fallidos intentos, dejé de amamantar, con una tristeza honda pues de corazón quise darles su tetica hasta los 6 meses, al menos.
Pasé 9 meses preparándome para lo que sería amamantar a dos, me mentalicé acerca de lo duro que podría tornarse todo pues no era un solo bebé. Mi mente estaba preparada para darle pecho a mis dos hijos. Lamentablemente en la vida, a veces, no es lo que uno quiere sino lo que toca.
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Cuando nacieron los morochos apenas estaba entrando en la semana 36 y el varón venía bajo de peso y con complicaciones, pues no se estaba alimentando. El médico tomó la decisión: hay que interrumpir el embarazo.
El 7 de febrero al mediodía nacieron los bebes sanitos, pero bajos de peso y con problemas para respirar porque sus pulmones no estaban del todo desarrollados.
Los vi por segundos, antes de que fueran llevados a terapia intermedia, donde permanecieron 5 días en una incubadora. Fue hasta el cuarto día cuando me dieron a los niños para que los amamantara. Eran tan pequeños que mis pezones lucían gigantes frente a unas boquitas tan chiquitas, y eso les dificultaba mamar correctamente.
Puedo decir sin pena que ese día fue el mas duro y tortuoso de toda mi vida, ya que fui sometida a cualquier cantidad de métodos para que mis pechos produjeran la leche. Me estriparon y halaron los senos entre dos enfermeras, y luego pusieron a los dos bebés a chupar. Me torturaron tanto el pezón que el pobre estaba al rojo vivo, a punto de sangrar.
Recuerdo que la enfermera me dijo "tienes que producir leche porque sino la doctora no te dará a los bebés de alta".
Imaginen decirle eso a una mamá primeriza y desesperada por tener a sus hijos en brazos. Llegué a la casa como una loca y comencé a estimularme los pechos con desespero, sin compasión.
Después de tanto estropeo al fin salieron las anheladas gotas de leche. Saqué y saqué lo mas que pude, y al día siguiente lo llevé a la clínica. Me sentía feliz, con mucho dolor, pero feliz.
Una vez que me dieron a los bebés, empezó la triste historia de mi pechos secos. Por más que me pegaba a los niños, nunca salió la cantidad esperada como para alimentar a dos. Hice todo cuanto me dijeron para producir más leche: tomé agua de avena, papelón, miel y hasta fororo. Nada, seguían saliendo las mismas tristes onzas que no eran capaz de llenar a mis chiquitos.
Luego de tres meses de duros y fallidos intentos, dejé de amamantar, con una tristeza honda pues de corazón quise darles su tetica hasta los 6 meses, al menos.
Realmente no sé en qué fallé, qué hice mal, solo sé que mis pechos no respondieron, que mi cuerpo no estaba tan preparado como mi mente para amamantar y que me quedé con las ganas. Pero bueno, al menos pude darles leche materna por 3 meses y que sé que lo intenté, porque vaya que sufrí para llenar un teterito de 4 onzas.