A las 5 y tanto de la tarde del 5 de marzo sentí miedo. Mientras en mi oficina, algunos lloraban, otros reían y otros pocos aun no caían en la cuenta, yo sentí miedo. Era un puño que me atravesaba de punta a punta la boca del estómago. No era ganas de llorar, no era asombro, era miedo. Sé identificar esa sensación porque la experimenté el mismo día que mi padre murió. En un frio que te paraliza y te hace preguntar: ¿Y ahora? En el caso de mi padre, la pregunta correspondía a cómo afrontaría lo que venía, el dolor de mi madre y el dolor personal. En el caso del presidente, este ¿Y ahora? se relacionaba con el estatus que adquiría mi país, en manos de quienes estábamos y la certeza absoluta de que esto apenas comienza
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Esa misma tarde, aquellos que aun no reconocen los profundos cambios que Chávez ha gestado en la población venezolana, sentenciaron que su muerte sería el final de una era, el fin de una etapa en los anales históricos del país. Ese proceso de negación típico de aquel que se empeña en sólo verse la punta de la nariz. Es esa misma gente que también afirma que Chávez no hizo nada en estos 14 años. Es esa misma gente que asegura vehemente“en este país ya no se puede vivir”. Y no los juzgo, nunca lo he hecho, cada quien tiene derecho a ver la realidad que los rodea o de vivir en la inopia para mantenerse felices. Si a mí me hace feliz creer en un Dios, entonces me aferro a él, aunque nunca lo haya visto.
Los que me conocen saben que soy dura en mis opiniones y que he sido muy crítica con las acciones que la oposición ha realizado en los últimos años, totalmente despegadas de la realidad de un país y sumidas en un egoísmo inexplicable. Y también he criticado mucho, pero mucho la gestión del gobierno Bolivariano. Pero mérito al quién lo merece. Porque si algo debemos agradecerle a Chávez – queramos o no- es que su discurso y sus acciones no hicieron despertar de un aletargo dañino que nos mantuvo hundidos en el sopor del “no me importa” durante años.
Que hoy en día, en cada plaza, cada aula de clase, mientras almuerzas o te reúnes entre amigos, se tengan análisis profundos de la situación del país, es sin duda un logro de Chávez. Que mi mamá, una eterna abstencionista (que en el 98 le dio flojera votar) hoy sea una ferviente luchadora de sus ideas y una conocedora de los temas políticos, es otro logro de la revolución. No hay discusión, lo de Chávez fue un sacudón, un gran ventilador que se prendió para despeinar las ideas, para mover los sentimientos, para poner a pensar a quienes por años eran incapaces de sostener un planteamiento y defenderlo.
Eso hay que reconocerlo, como muchas otras cosas.
¿Qué hizo cosas que no estuvieron bien? Si, es cierto. ¿Qué el exceso de poder lo hizo, en muchas ocasiones, perder el norte? También es cierto. Síntoma ineludible de una mezcla mortal: poder y adulación. Cuando te rodeas de aplaudidores de oficio, el ruido de las palmas no te deja escuchar ni tu propia voz
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Ayer leí esta frase: "y los adecos y copeyanos en particular, son la peor cosa que existe sobre la faz de la tierra", y me recordó algo que no debemos olvidar: Si estos partidos políticos no hubiesen despreciado y olvidado tanto a la población más humilde, el discurso de Chávez no hubiese calado tan hondo, no hubiese penetrado las entrañas. A ellos le debemos estos 14 años, fueron ellos quienes le abrieron la puerta grande a este hombre elocuente que llegó con su discurso de inclusión y de poder al pueblo. Y son ellos mismos, que con sus acciones erráticas de no reconocer que aquí hay un pueblo chavista, que ama a Hugo, sin necesidad de lucrarse de la revolución, lo que ha permitido que Chávez sea el gran invicto, el ahora llamado “Rey de los pobres”. Y seguirán siendo culpables, si en medio de su misma negación, no entienden que aquello que gestó Chávez durante sus 14 años de gobierno, no es una llama que se apagó con su muerte, que por el contrario, atizó la fogata. Y que si no termina de caerles la locha, volverán a ser derrotados en las venideras elecciones.
Y de allí mi miedo, mi pánico, porque estoy convencida que un número importante de la población, junto a sus líderes políticos (bastiones del “cambio), juran que la muerte de Chávez resolverá de un plumazo nuestras divisiones, y hará caer una lluvia de paz y reconciliación. Andan por allí felices, creyendo que en un mes Chávez será una anécdota, y estaremos todos abrazados, cantando felices, cual foto del Woodstock. La estupidez camuflada de inocencia.
Ante este panorama, lo que nos queda, al menos a mí que estoy viendo las cosas desde un profundo miedo por lo que viene, es esperar, respirar, rezar y votar.
Nota: llevo algún tiempo sin escribir en mi blog, por lo que la inspiración de este post, de alguna manera, también se la debo a Chávez.
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