jueves, 23 de septiembre de 2010

¿La cocina? Definitivamente, no es lo mio


Suele ser de esa gente que confiesa muchas cosas: me gusta bailar, tardo demasiado en el baño, amo la música, pero odio la cocina. Hay gente que simplemente no sabe cocinar, y listo, son felices. La verdad, es que los pocos intentos que he hecho en la cocina me han salido, digamos, aceptables, y eso parece ser el único requisito indispensable para ataviarme un delantal y empezar a cocinar. El problema, fundamental, estriba en mi poco interés por convertirme en una respetable ama de casa cuya comida hace salivar hasta a los más exigentes paladares. Y mi negativa no tiene nada que ver con preceptos feministas ni nada, simplemente no me gusta cocinar. Así como hay gente que no le gusta leer porque le da sueño, o que no les gusta bailar porque le da pena, a mi no me gusta la cocina. No le encuentro atractivo alguno a pasar horas frente a la hornilla, tratando que una mezcla luzca apetitosa. Mi esposo, por ejemplo, se le da muy bien esta faceta. Prepara con dedicación sabrosos platos, sin poner reparo a la cantidad de tiempo que invierte en ello. Eso es pasión por lo que hace, y es esa misma pasión que muere cada vez que intento preparar algún plato. En la vida hay que ser realistas, si algo no te gusta no veo el por qué debamos hacerlo. Hace mucho tiempo, específicamente cuando tenía 12 años, leí “El arte de amargarse la vida”, un libro escrito por Paul Watzlawick que en su momento me hizo reír a carcajadas con el cuento del clavo y el vecino. Palabras más, palabras menos, el texto trata de esa habilidad que tenemos los seres humanos de armarnos mini infiernos en nuestra vidas, con el único objetos de ser infelices, a ratos. Aunque suene descabellado, las 23 horas al día tratamos incansablemente de sabotearnos la vida, de escamotearnos la sonrisa bajo algún pretexto: “Yo lo amo, pero no podemos estar juntos”; “Decidimos separarnos, ya no seremos novios, seremos amigos”; “Odio cocinar pero me inscribí en un curso para chef”. Por eso trato de ser sincera. Lo primero que supo mi esposo de mí cuando me conoció es que entre mis múltiples habilidades no está la de cocinera. Sabe de sobre mi capacidad innata de quemar cuanta cosa haga, por muy sencilla que sea. Está acostumbrado a cocinar para dos y, al parecer, esto le hace feliz (por lo menos eso dice).

1 comentario:

Roberto Echeto dijo...

Hola belleza. El "loco inoxidable" te saluda y te dice que no hay nada peor que cocinar obligado.

Un beso y qué bueno que podemos comunicarnos, así sea por aquí.