viernes, 5 de marzo de 2010

La niña más tremenda de la casa

El antecedente de una hermana tranquila y obediente, marcaron mis primero años de vida. No recuerdo muy bien mis travesuras, pero tengo unas piezas inconexas en mi cabeza que se han formado a través de los cuentos familiares. Mi madre siempre cuenta que a los cinco años tuvo que llevarme al psicólogo, pues necesitaba entender por qué mi comportamiento era tan descontrolado si mi hermana mayor siempre fue, digamos, “juiciosa”.

En plena cita con el psicólogo de la universidad, no paré de subirme y bajarme, como un resort0e, de las sillas. Mientras mi mamá hacía actos desesperados para que dejara de brincar por todo el consultorio, yo no dejaba de menarme cual trompo por todo el lugar. Sin embargo, cuenta mi madre, que la doctora permanecía callada, con la mirada fija en mis movimientos, esperando que el efecto normal del cansancio hiciera mella en mi excesiva energía.

Para mi madre fueron los 30 minutos más insoportables de la historia. Aunque me había llevado para allá por mi desenfrenada inquietud, algo es su rezagada fe le decía que yo podría portarme bien en la cita médica, cosa que muy a su pesar no sucedió. Al parecer me lo advirtió antes de salir: “Hija, por favor, trata de no portarte mal. Hazlo por mami, ¿si?”. A lo que yo, presuntamente, respondí: “Claro mami, me portaré bien, como siempre”. Ante esa repuesta, creo que mi madre no quedó muy contenta, por lo que ahora, a uno cuantos años después, no entiendo cuál fue su sorpresa con mi comportamiento.

Vamos, digo yo ahora, ¿acaso no me llevó porque me estaba portando mal? Entonces, ¿por qué esperaba otro comportamiento de mí? La idea era que la doctora se fijara en lo inquieta, dispersa y tremenda que era la pequeña niña, ¿no?.
Pues bien, sigamos el relato. En la cita, no sólo me encaramé en la silla, también canté, bailé y hasta grité. La doctora, por su parte, me miraba con inquietud, anotaba en su cuaderno y echaba sonrisas de soslayo. ¿Qué cómo supe eso? Pues mi madre me lo contó.

La doctora se reía y me miraba. El diagnóstico fue desolador para mi mamá, al menos eso creo yo, pues ella esperaba que la doctora diera un cuadro similar a esto. “Exceso de dulce, redúzcale dosis de chocolate y malta; dele bebidas con agua de lechuga y trate de meterla en algún deporte de alto contacto”. En lugar de eso, la doctora solo dijo: “La niña está perfecta, tiene una dieta balanceada, duerme lo necesario y su actividad física es la indicada. Sólo es tremenda y le gusta jugar”.

Mi madre salió ofendida, perdió toda una tarde, gastó un dineral en comida y dulce para mi hermana y para mí, mientras la doctora sólo le dijo “La niña es tremenda”…. “De bolas que es tremenda – decía mi madre- si fuese una tranquilita no la traigo al psicólogo ¿No cree?
De ese episodio, solo recuerdo el final, cuando mi madre asió su cartera y me agarró de un brazo, mientras mascullaba algunas frases que se perdían en el aire. ¿Qué donde estaba mi hermana? Pues callada, y siempre “juiciosa” de la mano de mi mamá.


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