sábado, 20 de febrero de 2010

Caracas me susurra al oído


Lo confieso, extraño a mi ciudad. Me costó mucho reconocerlo, pues eso pondría en tela de juicio mi salud mental. Lo cierto del caso es que extraño, inexplicablemente, ese caos rodeado de tanto Ávila y tanto cielo bonito. Reconozco, sin embargo, que la tranquilidad y el silencio son indispensables para levantarse en la mañana con ganas de sonreírle a la vida. Lamentablemente, tanto silencio y paz emigraron, desde hace tiempo, muy lejos de Caracas y juraron no volver.
Vamos, seamos sinceros, levantarse en las mañanas con el incesante corneteo de los carros dándote los buenos días, le quita la sonrisa de la cara hasta al más optimista. Pero Caracas es así, todo un misterio, porque por más que te sabotee la sonrisa y te escamotea la felicidad con todo su desorden, no hay manera de dejarla de querer y hasta extrañar.

Recuerdo mi viaje a Bogotá, una ciudad de un silencio sublime y hasta irreal, en donde nadie grita “En la parada” o “Dame un marroncito ahí”; una ciudad en donde la gente espera la luz del semáforo para cruzar, y los motorizados van del lado derecho de las vías. Sin embargo, y ante un paisaje mágico y soñado, mi amiga y yo no parábamos de comparar las calles con las de Caracas. Montadas el TransMilenio (la quimera con nombre de Bus Caracas) íbamos buscándole el parecido con algún paisaje capitalino: “Mira, aquella esquina se parece al centro”-decía M con total alegría- “Ves, esta se parece a una esquina de San Martín”- le respondía yo” “Mira, Caracas es más bonita vista desde el Ávila- dijimos al unísono, mientras mirábamos Bogotá encaramadas en la Monserrate.
Caracas, nos susurraba al oído.

Si, era una rutina un poco desquiciada, pero nos hacía sentir un pedacito de nuestra ciudad guardada en el bolsillo, en el corazón, en la conciencia.
Aquí en Margarita la tranquilidad es palpable y hasta absurda, tomando en cuenta que es parte de Venezuela; las colas son reflejo de las temporadas turísticas, y el tiempo te alcanza para hacer justo lo que querías, sin salir con 3 horas de anticipación. Por ejemplo, si tengo que llegar a una cita a las 2 de la tarde, no salgo a las 12 de mi casa para poder llegar temprano, tan sólo espero 20 minutos antes de la hora pautada y listo, llego a tiempo y hasta me da chance de tomarme un café.
Sin embargo, Caracas me susurra en el oído.

La semana pasada, mi esposo y yo queríamos comer Cinarrol, si, esos simples enrollados de harina y canela que se me quedan acumulados en los extremos de las caderas y son tan difíciles de sacar con tan solo una dieta, pero como en Laisla hay un solo Cinnamon Roll, la cola para comprarlos era infernal. Obvio que el problema no era la cola, pues en Caracas se debe hacer cola hasta para entrar a un hotel, el asunto, el meollo, son las cortas posibilidades que estaban en la mano: o comíamos allí o simplemente no se comía nada, así de sencillo, no había para donde agarrar. Por su puesto, cuando llegamos a la caja ya no había el roll que queríamos y nos quedamos con las ganas. En medio de mi rabia, y con ganas de agarrar el primer avión hacia “la capital”, grite en pleno Sambil: “ ¿Ves? En Caracas hay mil quinientos Cinnamon y mil centros comerciales en donde irlos a comprar. Que cagada e’ pueblo”.
Otra vez mi ciudad me susurraba al oído “Nunca podrás olvidarme”.

La verdad es que en Margarita tiene muchas cosas: un solo cine (en 2 meses que tengo aquí, no he podido ir al cine porque se agotan las entradas incluso antes de comenzar a venderlas), dos restaurant que venden sushi, ni un solo Ashanti y cuatro Farmatodo…. De allí, solo el mar abriéndote los brazos, restaurantes con precios insólitos, un espléndido puerto libre y cualquier cantidad de discotecas que te hacen un poquito feliz la vida. El precio de la variedad se paga con la posibilidad de manejar a 80 kilómetros por hora a las 8 am.

Igual Caracas me sonríe, me pica el ojo con malicia, me saluda y me invita a volver, porque si algo tiene ella es que para el sitio al que te vayas siempre te susurrará en el oído: “Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebras”.